Menos pizarra, más jugar
Lo que aprenden los jugadores cuando dejas de explicar y empiezas a observar.
A veces, la pizarra parece el centro del universo. Dibujas, explicas, corriges… pero los chicos te miran con cara de “¿y eso cuándo lo hacemos?”. Lo cierto es que hay sesiones que sirven para enseñar, y otras para que el jugador descubra. Y esa diferencia lo cambia todo.
No siempre se trata de decirles qué hacer, sino de ponerles en situaciones donde tengan que decidir. Dejar que el error les enseñe más que mil palabras. Y sí, cuesta… sobre todo cuando ves que podrían hacerlo “bien” si intervinieras. Pero si lo haces siempre, los conviertes en espectadores, no en jugadores.
También está el otro extremo: el del entrenador que quiere abarcarlo todo. Preparación física, técnica, táctica, psicología… Al final no llegas a nada. La clave, quizá, es entender que no puedes controlarlo todo. Solo crear un contexto donde las cosas sucedan.
Y ahí entra el ritmo. No hablo del tempo del partido, sino del del entrenamiento. Saber cuándo apretar, cuándo callar. Cuándo repetir y cuándo dejarlo estar. La música del aprendizaje va a otro compás del que marca el cronómetro.
Hay un momento en que entiendes que entrenar no es tanto enseñar jugadas como acompañar procesos. Y que tu trabajo no termina cuando el jugador lo hace “bien”, sino cuando entiende por qué lo hace así.
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